¿Qué hacer con Maduro?

Comienza el año 2015 tal como se advirtió: con los venezolanos requiriendo de un acuerdo mínimo para sobrevivir y con la economía en barrena, como el precio del petróleo, y los principales asesores gubernamentales alertando que Maduro debe de recuperar la esperanza.
El modelo implosiona.
Y ya no caben aquellos malabarismos de propaganda chata y burocrática, como decir que “las colas son de los hijos de papá” desde un Gobierno que se quedó sin respuestas, que carece completamente de visión y estrategia y que lo que puede provocar es una desgracia.
Están rotos los circuitos alimentarios en todos los rubros. Estamos ante una crisis alimentaria, hospitalaria, sanitaria y de seguridad, pública y privada, de dimensiones desconocidas. Por ahora, este clima sólo se expresa en las colas, mientras desde el Poder prácticamente se le está pidiendo al país que se sacrifique para sobrevivir… y para que Maduro sobreviva.
Pero lo único que están acentuando son las posibilidades de que aquí materialice lo imprevisto: diariamente se acentúa una insoportable y maldita sensación de cul de sac.
Sentenciaba el líder de la oposición radical griega Alexis Tsipras (en su prólogo al libro de Pablo Iglesias) que “los cambios traumáticos despiertan a la gente de la apatía con la que contemplamos la política”. Y, en lugar de apatía, ahora hay rabia, indignación, radicalismo y acción. Al menos en Grecia y en España. ¿Pero y aquí?
¿Cómo podría despertar algo así en Venezuela? Depende. Pero da la impresión de que hemos llegado a ese punto de inflexión cuando (en manos de los ciudadanos) la democracia se convierte en un arma. Y, como dicen allá en Atenas, “Somos muchos y cada día somos más”.
Late en el clima sociopolítico una gran marea de indignación: se piensa que el presidente miente, que el gobierno miente y que el régimen miente.
Se piensa que todos mienten, tratando de esconder la magnitud de la vaina.
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Mientras algunos expertos en materia económica lo que dicen es que o viene el colapso o que esto ya colapsó, no sorprende que se diga que en el PSUV (es decir: en el Gobierno) se estudia con suma atención el escenario de un conflicto social extendido. Y, por supuesto, en las Fuerzas Armadas, donde existe preocupación con relación a los Derechos Humanos en caso de que haya que apelar a la fuerza, a la represión, porque (además de la no-prescripción del delito) se tiene consciencia de la atención mundial.
De aquí surge una gran interrogante: ¿puede haber un desenlace antes de las presidenciales? O dentro de la lógica política: ¿debe producirse una transición encabezada por el chavismo sin Nicolás Maduro? Más allá: ¿y si una parte importante del oficialismo (el que no está radicalizado) llega a la conclusión de que ya el presidente Maduro forma parte de la crisis? Porque si hay algo que debe interesarle al chavismo ante un cataclismo político es conservar el Poder hasta donde sea posible, siempre manteniéndose como una fuerza que trascienda la coyuntura.
¿Será capaz del chavismo de convencer a Nicolás Maduro de que esto se le fue de las manos, de que lo rebasó y que debe contribuir a facilitar las cosas?
Lo que se están moviendo son basamentos, estructuras sólidas. Y es evidente que la caída de los precios del petróleo, sumada a la caída de los inventarios y el añadido de que afuera nadie le está dando crédito a nadie, ha hecho que el mazazo de la crisis agarrara a Maduro y su gobierno desprevenidos.
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Aunque hoy nos alarguemos, valdría la pena detenernos en algunas precisiones. Por ejemplo: ¿qué hacer con Maduro?
Es común escuchar en algunos sectores que Maduro no ha sido Presidente desde el primer día, ya que lo elemental de un Jefe de Estado es eso que llaman la psicología del Poder y sus símbolos. Por ejemplo –y esto es algo que pudiera parecer baladí para algunos ignorantes de los factores estructurales del poder–, Nicolás Maduro no se ha podido mudar a La Casona, la residencia oficial de la familia presidencial. No le ha quedado más que aceptar que ahí viva un subalterno sujeto a su nombramiento y remoción: el Vicepresidente. Y todo por el hecho de que está casado con la hija de quien dijo “por este hombre es por quien hay que votar”.
Una más: para algunos, Maduro es un hombre que nunca ha podido descubrirse a sí mismo como Presidente a la hora de jugar en el tablero interno e internacional y tomar grandes decisiones de Estado, que se le han escapado por falta de libertad de acción y pulso político de estadista. Como parlamentario y como Canciller estableció relaciones que deben haberle dejado muchos amigos. En Estados Unidos era amigo de nada menos que John Kerry, del conocido “Grupo de Boston”. Hasta viajaron juntos: un conocido de Washington me dijo que esa relación no cesó, pero no supo aprovecharla sino todo lo contrario: “Lo confundió por aquello del embajador que sacó de aquí y que porque no había pañales por culpa de él”. Incluso hay quien duda de que Maduro tenga olfato político, tras año y medio yendo y viniendo a Cuba para no darse cuenta (alguna señal, algo) de que Raúl Castro estaba “cambiando de carro” con Washington.
Y no es que estaba encerrado en un compartimiento aislado: en paralelo al diálogo de Raúl con Estados Unidos Maduro aquí se estaba llevando a cabo otro “diálogo”, tan importante como aquél, a raíz de las protestas de comienzos de 2014. Un diálogo promovido nada menos que por UNASUR, con la iniciativa ejecutiva de importantes cancillerías del continente y hasta por el propio Papa Francisco, quien a su vez también facilitaba el de Cuba con Washington.
Aquella era una oportunidad de oro que cualquier otro (con madera y coraje de verdadero estadista) hubiera aprovechado para recolocar a Venezuela en el mismo tren de salida hacia la modernidad en el que, además de México, se han montado el resto de los países del ALBA.
Pero para eso se necesita pulso político y autonomía de vuelo.
Eso que le faltó para aprovechar políticamente aquella oportunidad del llamado “diálogo económico” con los empresarios. No dijo: Vamos a plantear una nueva ruta. Ni siquiera algo parecido. Nunca se dio cuenta de que tenía a una oposición y a un sector privado dispuestos. Como me supo decir alguien: “él decidió (por alguna extraña razón ) sólo ser una mala copia de Chávez”. Y así ha ido dejando atrás las oportunidades sin posibilidad de recuperarlas.
Desde el 14 de abril, este hombre ha venido quemando lo que va andando.
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Hoy Maduro está en su laberinto, parado sobre esta situación donde la economía no da para más, el precio del petróleo cae en picada, Cuba está en otra cosa y, además, él está agotado políticamente: según los estudios, no tiene credibilidad ni forma de refrescar su imagen. Ni en lo interno ni en lo externo. ¡Y entonces va a Qatar y le dice a la prensa internacional que le prestarán dinero y él les va a mandar alimentos, porque “estos países se encuentran en el desierto, por lo que importan muchos alimentos”! Como me decía alguien: “Estos tipos con sólo meterse en Google y ver las imágenes de las colas y de los anaqueles vacíos debieron asombrarse. Ha podido hablar de la Faja, de los contratos sobre infraestructura… pero soltar ese gafe”.
Si tuviéramos que volver a hablar de los símbolos de su Poder, si cuando se lanza este viaje no lo hace el jet que se compró Chávez ni en “El Camastrón”. Ni siquiera en un avión de PDVSA, sino en uno de Cubana de Aviación. Pedir prestado hasta el avión para volar por una ruta confusa e improvisada en su diseño.
Y eso al venezolano tiene que dolerle. Cuando uno echa un vistazo alrededor (por ejemplo: a los compañeros del ALBA) y ve que Cuba “se monta en otro carro”, que Nicaragua se montó hace rato y que Ecuador vuela mientras en Quito los cajeros automáticos escupen dólares, no cabe más que preguntarse: ¿en qué planeta vive este viajero que contempla las aguas de Argelia?
Como se preguntaba Vladimir Lenin. Como se pregunta el país. ¿Qué hacer?
Hasta el chavismo tiene puesto en la boca un “¿Qué hacemos ahora?”
Esperemos a ver. El juego apenas comienza. Eso sí: amárrense el cinturón. Mejor dicho, citando a Luis Herrera Campins allá por el Paleoceno, ya que esto se presenta rudo: “Agarre sus alpargatas, que lo que viene es joropo”.

Luis García Mora

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