SOCIALISMO PURO – Módulos de salud abarrotados de pacientes en condiciones extremas de paludismo
La malaria en el estado Bolívar no es una enfermedad más. Es una epidemia que afecta a miles de familias: adultos, ancianos y niños acuden temblorosos (algunos sin posibilidad de sostenerse de pie) a los módulos de salud que entregan el tratamiento en partes, puesto que las autoridades sanitarias intentan evitar la reventa de las cotizadas pastillas. 150 nuevos casos se reciben a diario en el módulo de Manoa. Solo este martes, la lista de nuevos casos en el módulo de Vista al Sol alcanzó a 175 personas.
María Ramírez Cabello / mramirezcabello@gmail.com / Correo del Caroní
Gustavo González tiembla, de pies a cabeza, sentado en la entrada de la sala de emergencias del ambulatorio Las Manoas en San Félix. Se abraza a sí mismo en un intento de contener la temblequera, que no cesa. Ahora es albañil, pero hasta hace meses se ganaba la vida como minero en Las Claritas, al sur del estado. Entre las veces que padeció malaria en busca de oro y el regreso a la ciudad, ya son 15 ciclos de paludismo que lo han tumbado a la cama.
Como él, más de 200 personas hacían cola este martes desde la madrugada para buscar tratamiento antipalúdico a las afueras del módulo de salud. Algunos temblaban sentados o acostados en el suelo. Otros permanecían erguidos con la fuerza que le dan los guarapos de ramas que se han tenido que preparar en casa, como Amanda Santamaría, que ha probado infusiones de quina, lechoza y chaparro, “pero eso lo que hace es aliviar el malestar”, advierte.
La mujer de 54 años, habitante del sector Loma Colorada en Las Batallas, cuenta que tiene tres meses con paludismo vivax. “No aguanto esta enfermedad, me siento horrible porque no dan el tratamiento completo y lo que dieron la última vez fue Clotrimazol que no mata el parásito del paludismo”, dice.
La incidencia del paludismo en el sur de Bolívar ha sido siempre elevada. Al cierre de 2016, el Ministerio de Salud contaba 177.619 casos a lo largo del año en la entidad de alta vocación minera, pero hasta octubre de 2017 la cifra sobrepasa los 200 mil casos, de acuerdo con un informe de la Sociedad Venezolana de Salud Pública y la Red Defendamos la Epidemiología Nacional.
El reporte precisa que Bolívar acumula 206.240 casos de malaria hasta la semana epidemiológica 42. La cifra revela un aumento de 42,46% en el número de casos, siendo Sifontes, Caroní, Sucre y Cedeño los municipios con mayor incidencia.
Luego del anuncio del plan de contingencia de 72 horas, activado por el Ministerio de Salud desde el viernes, las colas a las afueras de los módulos de salud habilitados en el programa no cesan. La alarma tampoco, y mucho menos las quejas de los pacientes que sienten que no reciben la atención debida.
La contingencia que debió durar hasta el domingo se extiende, pues tres días no han sido suficientes para atender a la población enferma.
A las 8:00 de la mañana, el operativo de entrega de medicamentos de los 200 mil tratamientos que llegaron al estado Bolívar la semana pasada, según anunció la viceministra de Salud, Moira Tovar, no ha comenzado. El director del ambulatorio, Bladimir Dellaia, asegura que deben esperar la llegada de los funcionarios que traen no solo las ansiadas pastillas de cloroquina y primaquina, sino también el material para hacer las pruebas de gota gruesa.
“Hay gente que tiene cuatro días viniendo de madrugada y si llegó tanto tratamiento ¿por qué no lo entregan completo?”, cuestiona Liseth Gascón, que acompaña a su esposo enfermo, Jesús Suárez. “¿Es que acaso uno tiene que venir todo un año para que le entreguen el tratamiento?”, insistió.
“Si hay medicamento deben solucionar”, señala Suárez, quien tiene en la mano el récipe del primer tratamiento que le entregaron el 4 de octubre. Después de allí, no recibió las dosis siguientes y, lo esperado, recayó. En esta oportunidad, cuenta, le dio una moridera y decidió hacerse el examen en un laboratorio privado. Ahora está en la cola, con los resultados positivos y la placa que lo confirma.
“Yo quisiera que me dieran el tratamiento completo, deberían atender mejor a uno. Mire, estoy desde las 6:00 de la mañana acá, he hecho tres colas y no sé ni siquiera si me van a atender. Debería haber un plan de emergencia las 24 horas”, señala Oscar Guzmán, un hombre de 51 años sentado sobre un banco plástico al sol.
Cerca de las 10:00 de la mañana inicia la entrega de tratamientos. La planta baja completa del ambulatorio Las Manoas ha sido habilitada para la entrega de las pastillas contra la malaria. Arriba, los consultorios de especialidades médicas están con candados o sin pacientes. “Será que la gente tiene miedo de enfermarse”, se aventura un trabajador.
El director del ambulatorio, Bladimir Dellaia, justifica la entrega parcial del medicamento por el combate al bachaquerismo. “Los tratamientos los venden hasta en 600 mil bolívares, antes se les entregaba completo pero lo bachaqueaban. Ahora se entrega la primera dosis que la persona se toma acá y los siguientes tres días, luego debe venir a buscar las siguientes tres dosis hasta completar el tratamiento”.
Doctoras y enfermeras cortan los blíster para dar la dosis exacta y le dan un pequeño vasito de agua para la primera toma. “Sí pensamos que podían venir tantas personas porque la gente necesitaba el tratamiento y teníamos una semanita sin recibirlo, nos esperábamos esto”, dijo, al estimar que han atendido a 800 personas al día, un pico que coincide con el repunte de la malaria en la región.
Tratamientos agotados para nuevos casos en Vista al Sol
En el ambulatorio de Vista al Sol, en las entrañas de San Félix, un montoncito de basura y una nube de mosquitos reciben a los pacientes. Acá, no hay colas sino listas de tratamientos sucesivos y nuevos casos, que no son tan nuevos, porque los enfermos tienen días y semanas tratando de conseguir las pastillas. Cada lista supera las 100 personas.
El epidemiólogo y encargado de la sala de malaria del módulo público, Cándido Malpica, cuenta que a diario han atendido a más de 100 ciudadanos, entre tratamientos sucesivos y nuevos casos. A su juicio, lo que ha potenciado la incidencia de paludismo ha sido la alta migración a las minas y el retorno a la ciudad.
A las 11:00 de la mañana el tratamiento para los llamados nuevos casos se acaba. Para los que vienen por la segunda dosis, siguen entregando pastillas. “Estoy aquí desde ayer en la madrugada y nos dijeron que hoy íbamos a pasar primerito y no cumplen”, dice Carmen Ruiz, habitante de la vía a El Rosario, quien junto a sus dos hijos y su esposo padecen de paludismo.
Ana Cedeño, una mujer de 65 años que cuenta dos veces la experiencia del paludismo, está sentada en el suelo de la entrada. “Ya no soporto esto, ¿por qué nos hacen pasar por este sufrimiento a niños, adultos y viejos?”. Al lado de ella, una bebé de no más de un año llora porque su mamá está acostada y la fiebre y el malestar no le permiten atenderla.
Adentro, un doctor se compromete con Carmen Ruiz y otros pacientes de la lista de nuevos casos a atenderlos de primeros. “Yo les aseguro que mañana van a recibir el tratamiento”, les dice.